Usted está aquí: Los Pasos Cristo Alzado

Fue encargado por la Junta de la Hermandad en 1931 a Fructuoso Orduña, escultor nacido en Roncal en 1893, que hizo sus estudios artísticos en Zaragoza con el escultor Lasuén y posteriormente trabajó tres años con Mariano Benlliure en Madrid. La Diputación Foral de Navarra le concedió una pensión que fue renovada al ganar la tercera medalla en la Exposición Nacional de 1920. Viajó a Italia y presentó uno de los trabajos allí realizados, "Post Nubila Phoebus", a la Exposición Nacional de 1922 en la que consiguió la primera medalla.

Detalle de la firma del autor.
(Fotografia derecha)


Esta obra ha sido muy elogiada y, según Gaya Nuño, "fue un inicio demasiado afortunado, excesivamente comprometedor" que su obra posterior no rebasó. Su modelado es muy personal, destaca los músculos con un relieve globular que va desapareciendo, dando paso a unas líneas más continuas. Entre su producción destacan los relieves para el Instituto Ramón y Cajal, y el Crucifijo para la Catedral de La Almudena. Para Pamplona realizó una lápida conmemorativa y el frontis del Palacio de la Diputación. El paso es un Crucificado de cuatro clavos, muy clásico en su composición y actitud. Está acompañado por tres lanzas. Costó 17.500 pesetas, pagadas por un hermano y fue entregado en 1932. En 1949 se colocaron unas andas nuevas, rectilíneas, que presentan la siguiente inscripción: "POR ESTE TU SACRO/SANTO CUERPO y SANGRE LlBRAME SEÑOR DE/TODOS MIS PECADOS POR EL SUPREMO SACRIFICIO DE TU MUERTE NO PERMITAS QUE NUN/CA ME SEPARE DE TI".



Tiene las siguientes medidas:
Altura, 5 m.
Anchura, 2,50 m.
Largura, 3,25 m.

Es llevado por veinte portadores, a hombros.





Sustituyó al realizado por Pedro de Eguaras alrededor de 1870 y que hoy se encuentra en la capilla del cementerio.

Apuntes del libro:
PEQUEÑA HISTORIA DE NUESTROS PASOS DE SEMANA SANTA

Juan José Martinena Ruiz (autor)  


EL CRISTO ALZADO

En marzo de 1931, en vísperas de la República, la Junta decide sustituir el antiguo paso del Cristo Alzado, y encarga la ejecución de la talla al ilustre escultor roncales don Fructuoso Orduna, que ya por aquellos años gozaba de un merecido prestigio.

El mismo texto del acuerdo dice que «se espera mucho de él», en efecto, podemos decir que nuestro paisano no decepcionó a quienes le confiaron la obra. El nuevo paso estaba terminado para 1932 y su coste -17.500 pesetas- fue pagado íntegramente por un hermano de La Pasión.

A raíz de esto se reformó totalmente la capilla que la Hermandad posee en San Agustín, con objeto de conseguir un marco digno del nuevo Cristo. Por entonces, ante la dificultad de sacar la procesión a causa de los sucesos políticos, comenzó a celebrarse el Triduo a Jesús Crucificado en la Catedral, presidido por esta imagen.

Durante los años de la guerra, el día de Ramos tenía lugar un Vía-Crucis público por la Plaza del Castillo, en el que se llevaba procesionalmente el Cristo Alzado, con el fin de impetrar de Dios la deseada paz. Con este paso se hacía también la Procesión del Silencio desde San Agustín a la Catedral, práctica iniciada en 1947 que fue suprimida por diversas razones hacia 1965.

El escritor Manuel Iribarren describió este paso como «... de impecable realización, si bien más correcto que emotivo y más clásico que teatral, se encarece como obra de plenitud, el "¡Todo se ha consumado"! plásmase en un admirable equilibrio de formas».

Las actuales andas, muestra del estilo que introdujo hacia 1930 Víctor Eusa, sobrias y rectilíneas, se colocaron en 1949.

El paso del Cristo Alzado figuraba ya en la procesión a mediados del siglo XVI, y, al parecer, el gremio de los plateros, que lo sacaba, lo había comprado al convento de San Francisco. Por un pleito de 1563, descubierto por Idoate, vemos que !os cofrades del Santo Sepulcro afirmaban que el Cristo pertenecía a la Hermandad de la Vera-Cruz, habiéndosele hecho por entonces un retablo y gastado 1.000 reales en adecentarlo. El excesivo afán de destacar de los plateros originó serios incidentes en la procesión de 1562.

En 1700 se sacaban dos pasos de «La Cruz Levantada»: el de la Cofradía de la Vera-Cruz, que salía el día de Jueves Santo del convento de San Francisco, y el de La Soledad, que lo hacía el Viernes Santo desde la Merced.

La Cofradía del Santo Sepulcro poseía también un curioso crucifijo, a cuyo pie se veían las figuras de la Santísima Virgen, San Juan y la Magdalena, y dando escolta al grupo había «dos sargentos de ojadelata con alabardas y guantes». García Merino apunta el detalle curioso de que, a pesar de llevar tantos personajes, el paso era conducido únicamente por cuatro hombres, lo que indica su reducido tamaño.

En la procesión de Viernes Santo de hace más de dos siglos, el Cristo Alzado era llevado a hombros de los Escribanos Reales. En 1783, don Mathías de Urricelqui, prior y mayordomo de su Hermandad -llamada de los Curiales-, solicitó al Ayuntamiento les liberase del compromiso que tenían desde 1754 de sacar este paso, debido al mal estado de los fondos de la Cofradía.

Al año siguiente, el 14 de abril de 1784, Antonio de Cía, vecino de Pamplona, dirigía al Municipio la siguiente instancia: «Que habiendo desistido los curiales (los escribanos) de salir en la procesión de Viernes Santo llevando el paso del Santo Cristo Alzado, como lo tenían por costumbre, se ofrecen él con otros particulares a hacerlo y a dar a la imagen el culto que se acostumbra, para lo cual pide la oportuna licencia».


La Ciudad lo autorizó el 17 de abril de 1784, así nacía la Cofradía del Santísimo Cristo Alzado.

El paso se alumbraba con 12 faroles de bujía y los laureles con que lo adornaban se traían de Echalar o de Vascongadas.

Baleztena se pregunta si este Cristo de los Curiales sería el que se veneraba en el convento de la Merced, en una capilla bajo el coro, y que se describía en 1700 como «de cuerpo entero y de admirable y lastimosa cuanto devota hechura, y al presente parece que se ven señales de haber sudado sangre», y el propio Baleztena piensa si no sería éste el crucifijo que ahora se guarda en San Nicolás y que se solía sacar en ocasiones para los Ejercicios Espirituales, lo que no es descabellado, ya que bastantes imágenes y efectos de la Merced pasaron, al cerrarse al culto esta iglesia en 1835, a la parroquia de San Nicolás.

El antiguo Cristo de los Curiales se hallaba ya muy deteriorado a mediados del siglo pasado, y aunque le cambiaron la cruz por otra, pintada de verde, y le instalaron nuevas andas en 1861, que costaron 383 reales, la imagen resultaba ya vieja e impropia, en vista de lo cual se contrató una nueva con el escultor pamplonés Pedro de Eguaras, que la realizó por 2.000 reales de vellón. Hacia 1888 se añadieron al paso las imágenes «de hermosa apariencia» de la Virgen y San Juan.

Mientras el paso primitivo se guardó en San Agustín, se colocaba a sus pies el del Sepulcro, y en las paredes laterales los demás pasos. García Merino dice que en diferentes ocasiones se solicitó y obtuvo del Cabildo permiso para sacar en la procesión el Cristo del Trascoro.

El viejo Cristo de Pedro Eguaras fue cedido años más tarde por la Hermandad de la Pasión al Ayuntamiento para ser colocado en la capilla de los responsos del cementerio pamplonés. Era el año 1940.

Aunque sea salir un poco del tema, no quisiera acabar las notas sobre este paso sin hablar de la primitiva Cofradía de la Vera-Cruz, que tanto hizo en nuestra ciudad por mantener y fomentar la devoción al Crucificado.
Entre el 28 de marzo y el 1 de abril de 1628 se constituía canónicamente la Cofradía de la Vera-Cruz en el desaparecido convento de San Francisco, aunque ya en la propia acta se hizo constar que «de unos años a esta parte ha estado esta Cofradía depositada en el Convento del Carmen, donde se decían las misas y hacían las demás funciones, a cuya cofradía unió la Ciudad, a causa de la peste que hubo el año último, la función de las Cinco Llagas». En efecto, por el Libro de la Peste, padecida por la ciudad el año 1599, vemos que por entonces existía ya en el convento carmelita una capilla de la Cruz, donde se depositó el simulacro de las Cinco Llagas. En un proceso de 1563 se dice que ya en 1552 se hallaba fundada la Cofradía en el monasterio del Carmen Calzado, y por una manda testamentaria del soldado Hernando de Oviedo se hizo la capilla de la Cruz en la iglesia conventual, según declaración del propio prior don Carlos Cruzat.

Esta Cofradía, que se ocupaba de asistir a los condenados a muerte, acompañarles al patíbulo y enterrarlos en su capilla del convento de San Francisco, organizaba una procesión de pasos y disciplinantes, que salía del mencionado convento la tarde del Jueves Santo y recorría las calles adyacentes. En 1775, el 8 de noviembre, el Ayuntamiento dispuso «que en adelante se escusase la salida de la procesión de Jueves Santo por las calles acostumbradas y que solo se haga con las Cinco Llagas por el claustro del convento de San Francisco, saliendo del dicho claustro por la portería y entrando por la puerta principal, entre cuatro y cinco de la tarde, concurriendo la Ciudad (el Ayuntamiento).

Eran propios de esta Cofradía los pasos de Santa Elena o de Las Cruces, El «Ecce Homo», La Columna, La Cruz a Cuestas La Cruz Levantada y El Sepulcro. En 1628 se dispuso que el Jueves y el Viernes Santos se colocasen éstos en varias capillas de la iglesia, poniéndose platillos para las limosnas. Para el resto del año, el convento facilitaría sitio para guardar los pasos, pegante a la puerta pequeña del templo, obrando la Cofradía lo que fuese menester, donde era la capilla de San Juan en el claustro, fue preciso abrir una pared para darle comunicación con la iglesia.

En el inventario levantado en 1809, durante la ocupación de los franceses, aún se contaba entre los altares de la iglesia de San Francisco uno llamado «de la Bera Cruz». Asimismo, entre los efectos del culto se hallaba «un crucifixo grande a lado de la puerta con su cepo para recoger limosna, que es de la cofradía de la vera cruz».

Esta iglesia, que se levantaba en el espacio de la Plaza de San Francisco más próximo a las escuelas, fue cerrada al culto en 1835 y estaba ya derribada para 1849.

Miradas de Pasión
El Cristo Alzado

Carlos Ayerra Sola, Capellán  

El primer plano del paso del Cristo alzado lo llena la cruz. El centro del paso lo ocupa la cruz. Lo enmarca, la cruz. Una cruz sobria, sencilla... elegante. Una cruz que, surgiendo de la tierra, alcanza un cielo que le corona de luz. Una cruz como signo y estandarte. Una cruz que los hombros de los portadores llevan gozosos y que tantos siguen triunfantes. Una cruz...

La cruz es el signo del cristiano y su mejor ideal de perfección. La cruz es centro y es altar, es síntesis y resumen y compendio, es ideal y es modelo, es motivo de seguimiento y signo de contradicción. La cruz recoge el dolor del mundo y reparte piadoso consuelo. Para el fiel la cruz... es todo.

Frente al paso que contemplamos, que tan admirable mente encuadra la cruz, pregunto: ¿Qué sentido tiene la cruz? ¿Qué sentido tiene que un grupo de gentes, en actitud procesional, sigan los pasos de la cruz? ¿Qué significado tiene el cortejo de la cruz? Indudablemente quien centra el paso e imprime sentido al mismo, es la cruz.
La cruz es el distintivo propio del Crucificado y el signo más elocuente del martirio. Es el patíbulo del Mártir del Calvario

De todos modos, y mientras piadosamente contemplamos y admiramos el paso, no podemos por menos de interrogarnos una vez más: ¿Qué sentido tiene la cruz?
¿Qué explicación se puede dar al dolor, especialmente al de los inocentes? ¿Por qué el sufrimiento del Hijo de Dios? ¿Ayudará, acaso, a completar lo que falta a la pasión de Cristo? ¿No habrá sido el suyo un sufrir piadoso, expiatorio, por sus hermanos? No podemos por menos de admirar la calidez de su amor es interesado, eucarístico.
No podemos por menos de contemplar el carácter de su sufrimiento que, mejor que ninguno otro, nos habla de la interrelación y de la fraternidad universales.

La cruz... “Quien quiera seguirme tome su cruz cada día y me siga”, dice el Señor, mientras se encamina a Jerusalén, donde le espera precisamente la cruz. Y san Pablo:
“¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo y Cristo crucificado!” El centro del paso lo ocupa la cruz.
Y tira de la mirada del espectador hacia lo más alto del mismo. La cruz es el reclamo más poderoso del Más Allá.
La cruz es estandarte, es bandera que indica el camino. El camino de la cruz es camino de vida, camino de esperanza, camino de santificación.

Sabemos, y sabemos muy bien, que la cruz de Jesús no puede separarse de la resurrección, de la esperanza, del gozo de la vida eterna. Portando la cruz gloriosa, triunfadora, los portadores del Cristo alzado, aun cubiertos sus rostros, tienen cara de resurrección. ¡Oh, cruz gloriosa! La cabeza en el cielo y en la tierra los pies... Nuestro Señor Jesús, que sube con la cruz hacia el Calvario, es paradigma y clave de interpretación de la existencia de todo hombre.
La cruz, signo del cristiano e ideal de perfección. La cruz, centro y altar, ejemplar y modelo. La cruz, motivo de seguimiento y signo de contradicción, La cruz es síntesis y compendio del seguimiento más perfecto del Mártir del Calvario.

Ante el paso del Cristo alzado proclamemos también nosotros: “¡Dios me libre de gloriarme sino es en la cruz de Cristo, y Cristo crucificado, por quien el mundo está
crucificado para mí y yo para el mundo!”

Y terminemos esta reflexión de la serie Miradas de Pasión, como lo hacemos al acabar los Vía-crucis en la Catedral ante el Paso del Cristo alzado, rezando el


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera