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Oración.
Catequesis de Juan Pablo II, 14/2/79  
Oración.

1. Durante la Cuaresma oímos frecuentemente las palabras: oración, ayuno, limosna, que ya recordé el Miércoles de Ceniza. Estamos habituados a pensar en ellas como en obras piadosas y buenas que todo cristiano debe realizar, sobre todo en este período. Tal modo de pensar es correcto, pero no completo. La oración, la limosna y el ayuno requieren ser comprendidos más profundamente si queremos insertarlos más a fondo en nuestra vida y no considerarlos simplemente como prácticas pasajeras, que exigen de nosotros sólo algo momentáneo o que sólo momentáneamente nos privan de algo. Con tal modo de pensar no llegaremos todavía al verdadero sentido y a la verdadera fuerza que la oración, el ayuno y la limosna tienen en el proceso de la conversión a Dios y de nuestra madurez espiritual. Una y otra van unidas: maduramos espiritualmente convirtiéndonos a Dios, y la conversión se realiza mediante la oración, como también mediante el ayuno y la limosna, entendidos adecuadamente.

Acaso convenga decir que aquí no se trata sólo de prácticas pasajeras, sino de actitudes constantes que dan una forma duradera a nuestra conversión a Dios. La Cuaresma, como tiempo litúrgico, dura sólo cuarenta días al año: en cambio, debemos tender siempre a Dios; esto significa que es necesario convertirse continuamente. La Cuaresma debe dejar una impronta fuerte e indeleble en nuestra vida. Debe renovar en nosotros la conciencia de nuestra unión con Jesucristo, que nos hace ver la necesidad de la conversión y nos indica los caminos para realizarla. La oración, el ayuno y la limosna son precisamente los caminos que Cristo nos ha indicado.

En las meditaciones que seguirán trataremos de entrever cuán profundamente penetran en el hombre estos caminos: que significan para él. El cristiano debe comprender el verdadero sentido de estos caminos si quiere seguirlos.

Jesús enseña a sus discípulos a orar

2. Primero, pues, el camino de la oración. Digo primero, porque deseo hablar de ella antes que de las otras. Pero diciendo primero, quiero añadir hoy que en la obra total de
nuestra conversión, esto es, de nuestra maduración espiritual, la oración no está aislada de los otros dos caminos que la Iglesia define con el termino evangélico de ayuno y limosna. El camino de la oración quizá nos resulta más familiar. Quizá comprendemos con más facilidad que sin ella no es posible convertirse a Dios, permanecer en unión con Él, en esa comunión que nos hace madurar espiritualmente. Sin duda, entre vosotros, que ahora me escucháis, hay muchísimos que tienen una experiencia propia de oración, que conocen sus varios aspectos y pueden hacer partícipes de ella a los demás. En efecto, aprendemos a orar orando. E1 Señor Jesús nos ha enseñado a orar ante todo orando Él mismo: «y pasó la noche orando» (Lc. 6,12); otro día, como escribe San Mateo, «subió a un monte apartado para orar y, llegada la noche, estaba allí sólo» (Mt. 14,23). Antes de su pasión y de su muerte fue al monte de los Olivos y animó a los apóstoles a orar, y Él mismo, puesto de rodillas, oraba. Lleno de angustia, oraba más intensamente (cf. Lc 22,39- 46). Sólo una vez, cuando le preguntaron los apóstoles: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1), les dio el contenido más sencillo y más profundo de su oración: el «Padrenuestro.

Dado que es imposible encerrar en un breve discurso todo lo que se puede decir o lo que se ha escrito sobre el tema de la oración, querría hoy poner de relieve una sola cosa. Todos nosotros, cuando oramos, somos discípulos de Cristo, no porque repitamos las palabras que Él nos enseñó una vez –palabras sublimes, contenido completo de la oración–; somos discípulos de Cristo incluso cuando no utilizamos esas palabras. Somos sus discípulos sólo porque oramos: «Escucha al Maestro que ora; aprende a orar. Efectivamente, para esto oró Él, para enseñar a orar», afirma San Agustín (Enarrationes in Ps. 56,5). Y un autor contemporáneo escribe: «Puesto que el fin del camino de la oración se pierde en Dios, y nadie conoce el camino excepto el que viene de Dios, Jesucristo, es necesario (...) fijar los ojos en Él sólo. Es el camino, la verdad y la vida. Sólo Él ha recorrido el camino en las dos direcciones. Es necesario poner nuestra mano en la suya y partir» (Y. Raguin, Chemins de la contemplation, Desclee de Brouwer, 1969, p.179). Orar significa hablar con Dios –o diría aún más–, orar significa encontrarse en el único Verbo eterno a través del cual habla el Padre, y que habla al Padre. Este Verbo se ha hecho carne, para que nos sea más fácil encontrarnos en Él también con nuestra palabra humana de oración. Esta palabra puede ser muy imperfecta a veces, puede tal vez hasta faltarnos; sin embargo, esta incapacidad de nuestras palabras humanas se completa continuamente en el Verbo, que se ha hecho carne para hablar al Padre con la plenitud de esa unión mística que forma con Él cada hombre que ora; que todos los que oran forman con Él. En esta particular unión con el Verbo está la grandeza de la oración, su dignidad y, de algún modo, su definición.

Es necesario sobre todo comprender bien la grandeza fundamental y la dignidad de la oración. Oración de cada hombre. Y también de toda la Iglesia orante. La Iglesia llega, en cierto modo, tan lejos como la oración. Dondequiera que haya un hombre que ora.

La plegaria del Padrenuestro

3. Es necesario orar basándose en este concepto esencial de la oración. Cuando los discípulos pidieron al Señor Jesús: «Enséñanos a orar», Él respondió pronunciando las palabras de la oración del Padrenuestro, creando así un modelo concreto y al mismo tiempo universal. De hecho, todo lo que se puede y se debe decir al Padre está encerrado en las siete peticiones que todos sabemos de memoria. Hay en ellas una sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una de ellas. ¿Acaso no es así? ¿No nos habla cada una de ellas, una tras otra, de lo que es esencial para nuestra existencia, dirigida totalmente a Dios, al Padre? ¿No nos habla del pan de cada día, del perdón de nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos, y, al mismo tiempo, de preservarnos de la tentación y de librarnos del mal?

Cuando Cristo, respondiendo a la pregunta de los discípulos «enséñanos a orar», pronuncia las palabras de su oración, enseña no sólo las palabras, sino enseña que en nuestro coloquio con el Padre debemos tener una sinceridad total y una apertura plena. La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.

A través de la oración, todo el mundo debe encontrar su referencia justa: esto es, la referencia a Dios: mi mundo interior y también el mundo objetivo, en el que vivimos y tal como lo conocemos. Si nos convertimos a Dios, todo en nosotros se dirige a Él. La oración es la expresión precisamente de este dirigirse a Dios; y esto es, al mismo tiempo, nuestra conversión continua: nuestro camino.

Dice la Sagrada Escritura:
«Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mi vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión» (Is 55,10?11).

La oración es el camino del Verbo que abraza todo. Camino del Verbo eterno que atraviesa lo íntimo de tantos corazones, que vuelve a llevar al Padre todo lo que en Él tiene su origen.

La oración es el sacrificio de nuestros labios (cf Heb 13,15). Es, Como escribe San Ignacio de Antioquia, «agua viva que susurra dentro de nosotros y dice: ven al Padre» (cf. Carta a los romanos VII 2).

Con mi bendición apostólica.  


Dios escucha siempre nuestras oraciones; lo dice la Biblia: "Me invocarán, y yo les escucharé" (Jer 29,12); "Pidan y recibirán" (Jn 16,24).


Características de la oración y consejos para orar.


Orar es buscar a Dios, es mirar a Dios. Cuando dejamos de mirar a Cristo y comenzamos a preocuparnos más por las dificultades, dejamos de hacer oración. Orar es poner la atención en Dios, en su gran amor y poder. Orar es dialogar con Dios.

San Ignacio de Loyola dijo: “Orar es gustar las cosas internamente; saborear íntimamente las cosas de Dios.


Características de la oración:

La oración se dirige a Dios y no necesita de muchas palabras. Él conoce lo que nos pasa. Si no logramos escuchar a Dios, volver a intentarlo una y otra vez hasta conseguirlo.

La oración debe ser perseverante: tener paciencia en establecer ese diálogo con Dios.

La oración debe ser insistente, es decir, no abandonar la oración a la primera sino insistir.

Para orar es necesario ser humildes. La soberbia, el pensar que no necesitamos de los demás ni de Dios, aleja al hombre de la oración. Es imposible ser soberbios y tener una auténtica vida de oración porque se necesita reconocer la necesidad de Dios. La humildad nos acerca a Dios. Es darnos cuenta que no está en nuestras manos solucionar los problemas de nuestra vida. El activismo, el hacer y hacer cosas sin parar, se da por la falta de seguridad en la oración. Sucede entonces que confiamos más en nuestras propias capacidades y esfuerzos, que en Dios y nuestra oración pierde toda su fuerza. Orar es enriquecerse partiendo de nuestra pobreza para abrirnos a la riqueza de Dios.

La oración es poderosa: Se pueden observar en la Iglesia muchos imposibles conseguidos por la oración. Por ejemplo, la resurrección de Lázaro, la conversión de San Agustín lograda con las oraciones de Santa Mónica, su madre, entre otras. Hoy en día sigue Dios manifestándose en milagros que son actos de Dios que parten de la oración humana.

La oración es confiada: La oración es hablar con Alguien a quien no vemos, pero que sabemos está ahí escuchándonos. Al orar se tiene la certeza de que Dios no nos va a fallar y esto debe transformar nuestra vida. Confiar en que Él puede ayudarnos a solucionar nuestros problemas. Saber y tener la convicción que somos importantes para Dios. Es dejar nuestra seguridad en nosotros mismos para ponerla en Dios.

La oración, siempre debe estar precedida del perdón: Para que nuestro amor a Dios sea auténtico se necesitan purificar nuestras faltas. Antes de orar debemos limpiar nuestro corazón, “darle una barridita” quitando todos los rencores acumulados que quitan la paz a nuestros corazones tan necesaria para la oración. Es momento de perdonar como Jesús lo hizo en la cruz.

La oración es necesaria para no caer en tentación: Jesucristo advirtió a sus apóstoles que tenían que rezar para no caer en la tentación. Dios conoce nuestra debilidad y sabe cómo fácilmente nos dejamos vencer por nuestro egoísmo, por nuestra indiferencia ante las necesidades de los demás, por ser altaneros, por dejarnos llevar por el placer, por un deseo exagerado de poseer, por dejarnos vencer por la ira, el rencor, la pereza. La oración nos fortalece para vivir siempre cerca de Dios.

Orar no se trata sólo de cumplir con una serie de normas externas. La oración nos invita a entregarnos con generosidad al amor. Se ora con el corazón, con lo más profundo del hombre, que sólo Dios conoce a la perfección.

Consejos para la oración:

Cuando comencemos a orar es muy conveniente hacer un ejercicio de reflexión para preparar nuestro corazón. Consiste en detenernos un momento a pensar que es lo que estamos haciendo, con quién estamos hablando. Tomar conciencia de que la oración es un diálogo con un Padre que nos ama y que nos ha dado todo lo que somos y tenemos. Todo lo que viene de Dios es bueno, es para nuestro bien.

Para que la oración sea auténtica se necesita buscar con sinceridad a Dios, un clima de silencio interior y exterior quitando el ruido de las pasiones, de los llamados de sensualidad, del orgullo. Tener humildad y deseos de amar a Dios. San Juan de la Cruz nos dice “Olvido de lo creado, memoria del Creador, Atención a lo interior y estarse amando al Amado”.

Dedicar cada día unos minutos a la oración personal. Así como dormimos, comemos, trabajamos y descansamos, la oración debe formar parte de nuestra vida diaria.

Algunas recomendaciones prácticas que cada persona puede adaptar a su estilo de vida:

Lugar: Escoger un lugar específico para orar. No importa cuál sea, mientras nos ayude a obtener el silencio interior que necesitamos.

Horario: Revisar nuestro horario y escoger para la oración un momento en el que nos encontremos en paz y no tengamos muchas ocupaciones y que tampoco nos encontremos muy cansados. Procurar que esta hora sea siempre la misma y mantenerla fija lo más que se pueda.

Postura: La postura es importante, mas no indispensable. La oración no es cuestión de ejercicios físicos, es algo espiritual. Cada quien puede adoptar la postura que quiera, ya que cada persona experimenta las cosas de manera distinta. Nos pueden ayudar algunos ejercicios de relajación y de respiración, pero sin convertirse en el fin de nuestra meditación.

Antes de la oración: Decirnos a nosotros mismos, ¿con quien voy a hablar?, ¿con qué actitud voy a comenzar?, ¿de qué le quiero hablar el día de hoy?

Al principio de la oración: Dejar de hacer lo que estábamos haciendo para dedicar este tiempo a la oración. Dejar a un lado todo lo demás por un tiempo. Ponernos en presencia de Dios Padre, al persignarnos hacerlo pausadamente. Después, ofrecernos a Dios diciéndole “Aquí me tienes Señor, con mis cualidades y defectos”. Aquí se puede tener algún detalle de delicadeza.

Llevar a cabo la oración: Escoger el tipo de oración que se quiera llevar a cabo. Adentrarse en ella. Turnar momentos de hablar y escuchar a Dios a lo largo de la oración.

Propósito concreto para nuestra vida: Sacar como fruto de la oración un propósito concreto a seguir en ese día. Debe ser muy concreto para poderlo cumplir. Por ejemplo, en lugar de decir “hoy voy a ser un buen padre de familia” decir “hoy voy a tener paciencia, no gritándoles a mis hijos a la hora de la cena en la que ya todos estamos cansados”.

Duración: Cada persona sabrá del tiempo que dispone y del tiempo que quiera dedicar a la oración. Es indispensable un mínimo de 15 minutos. Hay que estar conscientes de que mientras más dificultades y preocupaciones tengamos, se debe orar más, pues necesitamos más de la presencia de Dios en nuestras vidas.



Tipos de oración.

Existen distintos tipos de oración:

Oración de alabanza: Es alabar, elogiar a Dios, es “echarle flores” a Dios. Un ejemplo de este tipo de oración son los salmos que forman parte del Antiguo Testamento de la Biblia. Los salmos son ”alabanzas” a Dios. Nosotros podemos utilizar los salmos para rezar, pero también podemos alabar a Dios con nuestras propias palabras.

Oración de agradecimiento: Es agradecer a Dios por todo lo que hemos recibido de él o por algo en particular. Día con día tenemos algo que agradecer a Dios tanto en plano material como en el plano espiritual.

Oración de confianza: Es ponernos en las manos de Dios con la confianza con que un niño pequeño brinca desde la mesa a los brazos de su padre. Es confiar en que Él siempre estará presente para ayudarnos, para darnos las gracias que necesitemos en cada momento. Es tener presente que Dios, que es Todopoderoso, nos conoce y nos ama. Es quitar todo el miedo y la inseguridad de nuestra vida. ¿A qué podemos temer si tenemos un Padre Todopoderoso?

Oración de arrepentimiento y perdón: Dios nos tiene un gran amor y tiene un plan para cada uno de nosotros: Él quiere que seamos felices ahora y para siempre junto a Él. Cuando pecamos, nos negamos a seguir sus planes de felicidad para nosotros. El pecado es decirle a Dios que no nos interesa su plan, que preferimos hacer lo que se nos antoja. En la oración de arrepentimiento, le decimos a Dios que nos sentimos mal de haberlo ofendido, de haber despreciado su invitación a la felicidad eterna, que queremos volver a ser sus amigos. Le pedimos que nos perdone y nos vuelva a aceptar en sus planes de salvación. Todos los días podemos pedir perdón a Dios por nuestras faltas haciendo un acto de contrición y una penitencia que escojamos. En esta oración también podemos abrir nuestro corazón para perdonar a los que nos han ofendido, pidiendo por ellos.

Oración de petición e intercesión: Consiste en pedir a Dios todo lo que necesitemos, lo que más nos haga falta. Podemos pedir cosas materiales o espirituales, con la confianza en que Dios escogerá concedernos sólo aquello que nos haga bien y no nos concederá aquello que nos pueda hacer daño o que se pueda convertir en un obstáculo para nuestra salvación.

Dios escucha siempre nuestras oraciones; lo dice la Biblia: "Me invocarán, y yo les escucharé" (Jer 29,12); "Pidan y recibirán" (Jn 16,24).